VOTANTES IDIOTAS QUE VOTAN A IDIOTAS

Arturo Bris, Director del Centro de Competitividad Mundial de IMD

Entiéndaseme bien—no pretendo insultar. De hecho, entre los ciudadanos con falta o déficit de entendimiento me incluyo a mí mismo. En las elecciones de marzo de 2004 me hallaba yo en Estados Unidos y voté por Zapatero. En mi caso, mi voto no estuvo influido por los atentados de Madrid, puesto que había votado por correo varios días antes, sino por el rencor de ver cómo José María Aznar había utilizado sus años en la Moncloa solamente como academia de inglés y gimnasio privados. Un voto idiota, vamos. Y no puedo decir nada mejor de mi propia familia, donde las votantes estúpidas también abundan.

El término idiota no pretende juzgar la capacidad intelectual del votante. Entre los idiotas votantes españoles habrá doctores en Física estoy seguro. Jackson Brennan clasifica las votantes en democracia en tres categorías: hobbits, hooligans y vulcans. Estos términos tienen difícil traducción. Hobbits votan con completa ignorancia, hooligans votan por pasión, rencor o historia personal. En España los vulcans (los votantes racionales informados) son muy escasos, y estamos condenados a una democracia en la que la victoria electoral la conceden una combinación de votantes que son ignorantes, mal intencionados, o mal informados—votantes idiotas.

Ni voy a hacer una análisis sociológico de España ni estoy capacitado para ello. Mi conclusión es puramente forense, basada en la observación de nuestra trayectoria política en democracia. Para ganar las elecciones en España hay que conseguir que una minoría de votantes informados, y una mayoría de votantes idiotas, te vote. La idiocia electoral española tiene en mi opinión tres orígenes.

El primero es que en España vale lo que dices y no lo que haces. No seré racista en el momento que diga que no lo soy. Las españolas nos consideramos tolerantes, solidarias y rebeldes, pero el español medio no demuestra ser ninguna de las tres cosas—dice que lo es. Esto ha hecho que se prostituyan términos que se aplican con significados incorrectos, como “progresista” (aplicado a una comunista por ejemplo), “fascista” (al que disiente), “autodeterminación” (cuando se quiere decir “golpe de estado”), “fondo buitre” (¡dicho de Blackstone!)  o “mujer” (que carece de definición en nuestro sistema legal actual). Para apelar a votantes idiotas hay que decirles lo que quieren oír y luego hacer lo que más convenga. Mi comunidad autónoma (Castilla La Mancha) está gobernada por un presidente que combina a partes iguales demagogia e inconsecuencia, pero que gana las elecciones por mayoría absoluta. Desconocidos son los logros sociales o económicos de García Page en Guadalajara, y sin embargo le votó la mayoría de mis paisanos.

La segunda razón de nuestra idiocia es nuestra poca experiencia. No sabemos votar. En Suiza donde vivo votamos regularmente, unas cinco veces al año, y decidimos asuntos de importancia directa sobre nuestras vidas, sobre todo en referéndums comunales. Por eso a un suizo no se le ocurriría votar sin informarse. Esta semana debemos decidir en nuestra comuna sobre una promoción de 200 viviendas que tiene detractores y defensores: más viviendas significan más tráfico y gasto municipal, pero también más ingresos y más oferta. Es sorprendente para un español de sangre como yo observar el nivel del debate incluso en decisiones muy técnicas (como los acuerdos de fiscalidad internacional o el referéndum sobre la desigualdad de salarios de hace unos años). En España en cambio solo ponemos interés, si acaso, en las elecciones municipales, porque la recogida de basuras o el estado de la plaza del pueblo nos tocan directamente. Pero a quién le importa quién decide en el Parlamento.

La tercera razón es más compleja de explicar pero allá vamos. Votantes idiotas eligen políticos idiotas. Quiero decir que para apelar al nivel de la votante media hay que adecuar la categoría intelectual del discurso. España nunca elegirá como Presidentes del Gobierno a Joaquín Almunia, Miriam González Durante o Cayetana Álvarez de Toledo. Tienen demasiado talento. Recuerdo como en mis primero años en la Universidad de Yale me era muy difícil hablar con algunos de mis colegas (entre ellos algunos Premios Nobel), no porque yo no les entendiera, sino porque no me entendían a mi, que tengo sin duda un dígito menos que ellos en mi coeficiente intelectual. El político válido, igual que el ejecutivo capaz, no son capaces de acomodarse a las expectativas de un subordinado inepto. Cuando, en una dinámica perversa, votantes idiotas eligen a políticas idiotas, éstas tienden a perpetuarse extendiendo la idiocia en el pueblo. Por eso nuestro sistema educativo es tan malo, y por eso no existe ninguna intención de mejorarlo. Porque nuestro sistema educativo, promovido por políticos idiotas, genera profesores idiotas que educan a futuros votantes idiotas.

Se me dirá que exagero y que en nuestra clase política hay personas capaces. Claro. Pero permítaseme una analogía. Yo soy profesor en una de las escuelas de negocio mejores del mundo y trabajo normalmente con ejecutivos en posiciones de mucha responsabilidad. Está muy documentado académicamente que la razón más frecuente por la que un ejecutivo cambia de empresa es su nivel de insatisfacción con su superior (falta de confianza o respeto, o pura incompatibilidad). No puede haber un político capaz que trabaje a las órdenes de una Presidenta idiota. En la mayor parte de los casos, se añade a ello el que nuestros políticos de segunda línea (ministras y secretarios de Estado) no tienen donde caerse muertas, lo que añade irresponsabilidad a su idiocia. Puedo contar con los dedos de una mano (Carme Artigas, José Luis Escrivá por ejemplo) los altos cargos españoles capaces que, sin entender muy bien las razones, deciden trabajar a las órdenes de ineptos.

Hay varios tipos de políticos idiotas en España. El primero es el idiota simple, como por ejemplo José Luis Rodríguez Zapatero y Yolanda Díaz. Estos se caracterizan por no ser conscientes de su idiocia, y suelen ser los más peligrosos por dos razones. Una razón es que nos toman a todos por tontos y toman decisiones que no pasarían el filtro de una inteligencia media. La otra razón es que las idiotas simples se rodean frecuentemente del segundo tipo de idiota, que combina ignorancia con malicia y que por tanto hace daño (un ejemplo de estos últimos es Irene Montero). Un tercer tipo de político idiota que ha proliferado mucho en los últimos años es el idiota que habla bien. De estos hay muchos ejemplos, desde Iñigo Errejón y Pablo Iglesias hasta Isabel Díaz Ayuso y Macarena Olona. Dentro de esta categoría hay variaciones interesantes, puesto que alguna vez añaden malicia a su idiocia (Iglesias), y otras simplemente ignorancia (Díaz Ayuso). Finalmente, está el idiota funcionario, incluyendo aquí a todos las políticas españolas que demuestran excelencia en un campo muy limitado y que extrapolan su autoconfianza a los cargos públicos que ostentan, pero que son de una ineptitud supina. El espacio de político opositor en España es muy ancho: abarca desde Soraya Sáenz de Santamaría hasta Margarita Robles, pasando por Mariano Rajoy, Nadia Calviño y Félix Bolaños.

En un contexto en el que el votante medio es incapaz de elegir bien—esto es, lo que es bueno para sus propios intereses o para los intereses de su grupo social, los candidatos tratan a los votantes como idiotas. Aquel que lo hace mejor, gana. Sin ninguna duda, los políticos de izquierdas son más idiotas y por eso ganan más elecciones. Son capaces de mentir y engañar, decir una cosa y la contraria e inventarse conceptos (¿se han preguntado alguna vez cómo se dice “violencia machista” en inglés o francés? Respuesta: no existe el término). En pocas palabras, no se ruborizan de tomar a la votante por tonta. Y el votante, en consecuencia, los vota. Así ha ganado Page por mayoría absoluta. Los partidos liberales y conservadores ignoran este fenómeno y, por razones históricas (el estigma del franquismo) tratan de ser honestos, y por eso han gobernado menos. Las victorias de Aznar y Rajoy no se debieron tanto a sus estrategias electorales, sino a que los jueces (en el caso de González) y las instituciones europeas (en el caso de Zapatero) abrieron los ojos a los votantes, porque tanto los jueces como la Comisión Europea tratan a las personas como adultos.

Soy muy fatalista cuando se trata de proporcionar soluciones. Nuestra democracia solamente funcionará bien (esto es, tendrá gobiernos que desarrollen las políticas necesarias para que España progrese [progresar: “avanzar, mejorar” según el DRAE]) cuando políticos capaces ganen elecciones con un discurso adecuado a lo que el votante medio (idiota) quiere escuchar: “subiremos las pensiones, subiremos los salarios, bajaremos los impuestos, aumentaremos los subsidios, salud y educación públicas y gratuitas de calidad, autopistas gratis, sostenibilidad, transformación digital, becas, independencia, pero también unidad nacional, diversidad, inclusividad, tolerancia cero con la corrupción, Europa y autonomías.” A continuación, una vez en el poder, estos líderes deberían hacer lo deseable y necesario, independientemente de las promesas electorales. Fíjense: la votante española nunca ha penalizado la inconsecuencia de los gobiernos, sino todo lo contrario. Esta sería una democracia defectuosa, pero de nuevo el votante medio español (idiota) prefiere vivir en un sistema así que lo que hay en Singapur, Suiza, o Estados Unidos. Otra solución sería cambiar nuestro sistema electoral para que estrellas como Rafael del Pino, Luis Garicano y María Dolores Dancausa tuvieran alguna opción de presidir el gobierno. Es decir, que se vote a individuos y no a partidos. Esto es impensable.

Si los próximos 15 años son como los 15 pasados, España se convertirá primero en un país normal, luego en un país mediocre y finalmente en el hazmerreír de Europa.

4 de noviembre de 2023

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